Museo de Cerámica de Manises

El Museo de Cerámica de Manises nace cuando el ayuntamiento recibe un legado por parte del matrimonio José Casanova Dalfó-Pilar Sanchis Causa, el cual se componía de un inmueble -casa señorial de finales del siglo XVIII donde se sitúa el Museo- y de un conjunto de obras de arte y cerámica. De esto modo, el legado ha proporcionado el espacio y el contenido con que poder constituir el MCM, el cual fue oficialmente inaugurado el 26 de noviembre de 1967.

Cuenta con una colección de más de 5.500 piezas con una cronología que comprende desde el siglo XIV hasta el XX; destacando las obras de fabricación local con decoraciones en verde y manganeso, azul cobalto y azul y reflejo metálico dorado producidas entre los siglos XIV al XVI, la policromía barroca del siglo XVIII, el colorido de los azulejos entubados de principios del siglo XX junto con las cerámicas del periodo modernista, etc.

Cuenta, además, con trabajos de los artistas Alfons Blat y Arcadi Blasco y una considerable colección de cerámica contemporánea de creación, que proviene de los premios concedidos en las diferentes ediciones de la Bienal Internacional de Cerámica de Manises.

Además, posee un fondo de herramientas de trabajo asociados a la producción cerámica parte del cual se expone en la Sala de Tecnología, espacio donde se explican los procesos de producción y las características técnicas más importantes de la cerámica de Manises.

La cerámica de Manises

A comienzos del siglo XIV, el 3 de diciembre de 1304, reinando Jaime II, el señorío de Manises fue adquirido por la familia Boil, que introdujo en su nueva posesión la cerámica de reflejos importada de los musulmanes andaluces, en especial de Málaga.

La cerámica de reflejo metálico junto a la decorada en azul, darán incluso fama europea a la producción manisiense, y será solicitada por príncipes y pontífices, y elogiada por numerosos testimonios de la época.

Además de cubrir las necesidades de la corona aragonesa, esta cerámica se exportaba a Francia, Italia, y sobre todo, a Nápoles, donde Alfonso el Magnánimo sostenía una corte brillante y lujosa. Al ser un gran consumidor de las losas de Paterna y Manises, hizo de Nápoles centro de influencia para el resto de cortes italianas. También los papas Calixto III y Alejandro VI solicitaron a menudo loza y azulejería del levantino para las salas del Vaticano. La exportación se extendió a Sicilia, Venecia, Turquía y Chipre e incluso a Flandes y los países del Báltico.

Los palacios de diversas cortes de Europa se adornaron con la cerámica de Manises, prueba de ello son los abundantes ejemplos de loza morisca valenciana que ha dejado la Historia de la Pintura, como puede verse en obras de los hermanos Humberto y Jan van Eyck; en la tabla central del tríptico Portinari de Hugo van der Goes, conservado en la Galería Uffizi de Florencia, o en algunos frescos de la familia Ghirlandaio en esta misma ciudad.

 

El comercio de la cerámica dio lugar a compañías de exportadores, primero italianos, chipriotas y turcos; luego catalanes y mallorquines, que transportaban los azulejos y diversas piezas con todo cuidado, embaladas en grandes tinajas o cossis revestidos de cuerda y paja. Del Grao de Valencia salían continuamente naves con esta carga y se pagaba un impuesto por la salida de estos productos.